En este día de Ramos,
Jesús entras a Jerusalén,
montado en una borriquita.
Tú nuestro Dios y nuestro Rey,
creador del universo.
Tú, humilde y lleno de bondad,
el pueblo te aclama, con palmas y ramos,
muchos niños te siguen cantando.
Con un gesto de gran bondad
les miras, sonríes y bendices a todos.
Jesús quiero acompañarte,
pon en mi corazón tu bondad, y tu humildad

 

ERES TÚ SEÑOR QUE ENTRAS

           Eres tú Señor que entras. A lomos de un asnillo, humildemente y sin más pretensión que cumplir la voluntad de Aquel que te sostiene. Para celebrar tu pasión, muerte y resurrección y, sufrir, llorar y morir  para que no lo hagamos por siempre nosotros.

           Eres tú Señor que entras. Rodeado de música y de salmos con palmas en las manos, vítores y aclamaciones. Porque, tus horas tristes, aunque sean grandes hoy son anunciadas y publicadas de esta manera: Siervo, entre los siervos. Pobre, entre los más pobres. Obediente, has la muerte. Dócil, en el camino hacia el madero. Fuerte, ante la debilidad de los que te rodean.

Eres tú señor que entras. Sales al escenario de la Jerusalén la ciudad que hoy te aclama y, la urbe, que mañana te dará la espalda. La ciudad que hoy te bendice y, el bullicio que mañana gritará: ¡crucifícale!. Avanzas por esa ciudad, Jerusalén, que son las calles por las que nosotros caminamos: encrucijadas de falsedades y de engaños de verdades a medias que son grandes mentiras de amistades y de traiciones de fidelidades y de deserciones de amigos que compran y se venden.

Eres tú señor que entras. Porque sabes que, para ganar, hay que saber perder. Porque con tu entrada triunfal en Jerusalén nos invitas a dejarnos enterrar para que en un amanecer despertemos a la eternidad. Porque, al ascender por nuestras calles nos muestras que, en la cruz que te espera, se encuentra multitud de respuestas ante tantos interrogantes del hombre.