Maurice Alvarado Cordero, hijo de padres chilenos, nace en la costa Este de Estados Unidos, donde vive su infancia en una familia de profunda espiritualidad católica. Al llegar a la adolescencia la familia se traslada a Quilpué (Valparaíso, Chile), donde se adapta al nuevo contexto cultural sirviendo en la Parroquia Sta. María Madre de la Iglesia.
En su juventud sirve en diferentes parroquias de las diócesis de Valparaíso, desarrollando su compromiso social por las poblaciones marginadas y la pastoral carcelaria. Durante este tiempo conoce y apoya misiones populares de las CMT-MILPA en diferentes poblaciones de Quilpué.
Tras esto cursa estudios de Bachiller en Ciencias Religiosas en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, y ejerce como profesor en el Pontificio Seminario Mayor San Rafael (Valparaíso-Chile), en la Escuela de Teología PUCV (Valparaíso-Chile) y en la Escuela de Diáconos Diocesana; donde dicta cursos sobre Pastoral y Dogmática, Trinidad y Teología Moral. En este tiempo Apoya al Centro de Espiritualidad Palautiana de la extinta Semiprovincia CMT Virgen del Carmen en la configuración del curso “FIEL”.
Profundiza sus estudios en la Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago-Chile) cursando la Licenciatura en Teología, para especializarse posteriormente en la teología sistématica en el programa de Doctorado en Teología de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (BíoBío-Chile) en conjunto con la Universidad Pontificia de Salamanca (Castilla y León-España) los que no alcanza a culminar.
En este último proceso profundiza su postura frente a la teología de las virtudes, proponiendo un esquema de complementariedad entre una moral cristiana y una ética civil.
Da clases de Antropología y Ética Cristiana para las carreras de Arquitectura y Diseño en la PUCV (Valparaíso-Chile), donde presenta una visión a escala humana de la estética religiosa y sus valores profundos subyacentes.
Actualmente vive en la provincia de Santa Fe (Sta. Fe-Argentina) desarrollándose como profesor de inglés, colaborando con diversos artículos en la web de la Provincia CMT Virgen de Guadalupe de América.
COMENTARIO AL CATECISMO DE LAS VIRTUDES DE FRANCISCO PALAU
Parte 2: El Camino hacia una Teología Moral Erótica.
Introducción: La Ética de la Virtud y la Teoría de la Ley Natural
Como hemos visto previamente, la teología moral del Padre Palau debe ser entendida en el contexto de la ética de la virtud. La ética de la virtud es la filosofía ética en que la felicidad es la clave central para entender qué es lo bueno. Ahora bien, la felicidad debe ser entendida no como estado momentáneo de un sentimiento placentero sino como la condición que una persona puede alcanzar cuando adquiere cierto equilibrio en su vida de acuerdo con su naturaleza humana. Ahora bien, ahora tenemos otro problema que resolver: ¿Qué es la naturaleza humana?
La pregunta acerca de qué significa ser realmente humano y qué es considerado inhumano o contra natura ha sido reflexionada durante siglos. La noción de ley natural es una postura filosófica que emerge desde la antigüedad y que se ha desarrollado desde entonces. Es la teoría que los seres humanos (y todas las cosas) llegan a la existencia con una cierta naturaleza o esencia y que la moralidad, la ética, y la legislación deberían regirse por la naturaleza. La negación de esta esencia sería fuente de infelicidad, pecado, injusticia, deshumanización, etcétera.
Ahora bien, la teoría de la ley natural no es perfecta y ha sido profundamente cuestionada por muchas de sus falencias históricas. El criticismo a ley natural puede ser resumido como la falacia de la ley natural, esto es, sólo porque algo es de una cierta manera no significa que necesariamente debería ser de esa manera. Por ejemplo, en este sentido, la ley natural ha sido utilizada para justificar el racismo, la discriminación hacia personas no-heterosexuales e incluso la esclavitud. En la sociedad actual, la postura filosófica predominante del existencialismo ha venido a responder a algunas de las falencias del naturalismo. El existencialismo rechaza la idea de esencia, haciendo que la teoría de la ley natural sea obsoleta. Por ejemplo, en el campo de la filosofía legal, el positivismo legal ha tomado el lugar central y ha puesto el naturalismo a un lado, sosteniendo que no hay condiciones preexistentes o naturales que dictan que ciertas cosas tienen que ser de cierta manera u otra, más bien es tarea del legislador crear leyes según considere adecuadas para la sociedad en ese momento. El existencialismo ha ayudado a la sociedad contemporánea de muchas maneras pero también ha traído consigo el relativismo ético y ha justificado cosas que – desde el punto de vista de la ley natural e incluso desde una perspectiva cristiana – son intolerables como por ejemplo el aborto. La teoría de la ley natural está lejos de ser obsoleta pero necesita renovarse y deshacerse de estructuras rígidas que la pueden convertir en una deontología o la hacen ser muy condenatoria. La ley natural está fundada sobre la idea de que la esencia existe. Esto llama para una recuperación de la metafísica – el estudio filosófico que estudia la esencia – que guiará nuestro pensamiento filosófico, ético y teológico. En este sentido, el teólogo suizo del Siglo XX, Hans Urs Von Balthasar dice que “el cristiano está destinado a ser en nuestra época el guardián de la metafísica” (Gloria, vol. 5, Madrid: Ediciones Encuentro, p. 603).
El Método Deductivo de Palau para Enseñar la Teología Moral
Volvamos a la ética de la virtud de Palau. De acuerdo a la postura de la ética de la virtud que Palau – influenciado por Tomás de Aquino – había adoptado, el fin último de la vida es encontrar la felicidad y sólo “la virtud… [nos] hace feliz” (CV 1). En nuestro contexto actual, definir la felicidad e identificar su fuente parecen no solamente difíciles sino imposibles. Lo mismo se puede decir acerca de la virtud. Para el Padre Palau, en un mundo influenciado por el racionalismo, las cosas no eran mucho mejores. Por eso fundó la Escuela de la Virtud, un centro educacional para laicos que había tenido mucho éxito en la formación de líderes católicos. Su Catecismo de las Virtudes fue escrito como un manual para este centro.
Él honestamente pensaba que a través de la educación, o lo que algunos quizás podrían llamar adoctrinamiento, las personas no sólo entenderían lo que es bueno sino que se sentirán inspirados a vivir de acuerdo a los estándares de una vida moralmente buena. Este modo de pensar está fundado en la antigua noción filosófica de los trascendentales – la creencia de que todas las cosas provienen de un origen trascendente y que comparte en cierto grado sus cualidades esenciales. Nos referiremos a tres de esos trascendentales: verdad, bondad y belleza. Como los trascendentales tienen un origen en común, se considera que son intercambiables. Es decir, todo aquello que es verdadero es también bueno y bello, y vice versa. Cuando Palau escribió su Catecismo de las Virtudes encontró el modo de vivir moralmente – viviendo una vida buena – en la búsqueda de la verdad. Este libro estaba fundado en la idea de que la moralidad se puede fomentar a través de un método racionalmente inspirado. El libro es un compendio, en donde toda la doctrina está “reunida en unas cuantas ideas, y reducida a principios” (CV, introducción, 5). Los alumnos “aprendiendo éstos de memoria, los estudian, los meditan, los profundizan” (idem).
En otra obra, justifica esta postura asegurando que:
“Las doctrinas de la verdad son inmensos materiales destinados a levantar en los espíritus el magnífico, seguro y firmísimo edificio de la virtud. Enseñar estas doctrinas sin forma no fuera otra cosa que amontonar y nada más que amontonar echando remesas de ideas unas sobre otras, y en el mundo intelectual un montón de ideas cortadas, fracturadas y sin relación no son luz, sino tinieblas; no son ciencia, sino ignorancia; no son orden, sino confusión; no son plano alguno que pueda servir para edificar en el alma racional el bellísimo edificio de la moralidad, sino, al contrario, la imagen de una obra arruinada.” (EVV II, 4)
Esta postura metodológica proviene de una interpretación típicamente limitada que se hace de una cita del Aquinate: “el conocimiento es causa del amor” (STh I-II q.27 a.2). Pero, como veremos, más adelante en su vida Palau llega a darse cuenta que la moralidad no es adquirida a través del discurso racional sino a través del sentimiento. Este descubrimiento va de la mano con varias investigaciones hechas en el campo de la psicología moral.
Ahora bien, mientras escribía su Catecismo de las Virtudes, Palau estaba seguro de que bastaba el conocimiento intelectual de la virtud para poseerla. Afirmó que “para poseer la virtud… se ha de conocer su valor y preciosidad. No podemos amar sino lo que conocemos” (CV, introducción, 2). ¿Pero dónde se puede buscar este conocimiento? En la época en que escribía el Catecismo de las Virtudes, para Palau la respuesta estaba en Cristo, pero no como un maestro interior, sino más bien uno cuyas enseñanzas pueden ser aprendidas a través de fuentes autorizadas, es decir, las Sagradas Escrituras, los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia, y las enseñanzas de los ascetas y místicos (cf. CV, introducción, 3-4). Aunque reconoce los beneficios del aprendizaje inductivo, en esta fase de su vida va a optar claramente por un método mucho más deductivo (cf. CV, introducción, 4). El conocimiento es adquirido de forma piramidal. Cristo enseña a sus santos, y a través de ellos, es decir sus escritos, Él nos enseña. La insistencia en la verdad y el método caracteriza el enfoque de Palau en la racionalidad en este periodo de su vida. Más adelante, aunque mantendrá la necesidad de utilizar un método, su teología moral se enfocará en otro trascendental: la belleza.
Cambio Metodológico
Podemos percibir este cambio metodológico en su libro de oración de 1862, Mes de María, aunque mantendrá la estructura básica del Catecismo de las Virtudes, es decir, en lo que se refiere a “las virtudes distintas en especie a las que da nombre la teología moral” (MM, introducción, 1). En Mes de María, la estructura piramidal, de arriba hacia abajo, y la insistencia del conocimiento intelectual que vimos anteriormente como la clave para vivir una vida moral son rechazadas como inútiles. La esencia de este cambio paradigmática es relatado en estas líneas que se refieren a la virtud:
“Practícala, ámala, búscala, y ella te será revelada y descubierta por el mismo amor: ámala, y la conocerás; y si no la amas, las definiciones y cuantas explicaciones se te den sobre ella serán estériles, y cuanto pueda decirse no lo entenderás.” (MM, Vigilia del Mes de María, II, 2)
Antes, Palau había insistido que para amar la virtud uno tenía que primero entenderla (cf. CV, introducción, 2,4). Ahora ha hecho el cambio desde una metodología deductiva a una inductiva: la virtud primero debe ser abrazada en el amor y sólo entonces puede ser entendida. La mediación de las fuentes autorizadas es reemplazada por el conocimiento experiencial a través del amor. El amor tiene la primacía; el conocimiento intelectual sin amor es inútil.
El Amor Como Pasión
Para comprender mejor lo que Palau quiere decir con amor, debemos apelar a una de sus últimas obras, Mis Relaciones con la Iglesia. Confiesa que desde niño se ha sentido “poseído y dominado por una pasión que se llama amor” (MR, Fragmentos, I, 1). Para Tomás de Aquino, “es evidente que el amor es una pasión” (STh I-II q.26 a.2). El amor no debería ser confundido con la virtud teológica de la caridad. En general, una pasión es el efecto que algo o alguien causa en un individuo. En el caso del amor, un objeto en particular puede causar en un individuo un apetito hacia el objeto mismo. A partir de esto, podemos concluir con el Aquinate que el conocimiento del objeto es absolutamente necesario para que el amor exista. Pero debemos recordar que el Aquinate hace una distinción en los tipos de amor: amor sensitivo y amor intelectual o racional (STh I-II q.26 a.1).
En su etapa anterior, en lo que se refiere a la teología moral, Palau centró su atención en el apetito intelectual como fuente de amor, es decir el amor intelectual. En Mis Relaciones con la Iglesia podemos ver el cambio radical hacia el amor sensitivo. Ahí habla de cómo la pasión del amor siempre lo acompañó y atormentó aunque no sabía exactamente qué deseaba (cf. MR, Texto autógrafo, 22, 13). Sobre este tema declara:
“Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: Amarás con todas tus fuerzas… [Dt 6,5; Mt 22,37]. Y esta voz eficaz creó en él una pasión inmensa, la que se hizo sentir desde mi infancia y se desarrolló en mi juventud. Yo, joven, amaba con todas mis fuerzas, porque la ley de la naturaleza me impulsaba con ímpetu irresistible. ¿Qué amaba yo? ¿Quién era la cosa amada?” (MR, Fragmentos I, 2)
Podemos ver en este pasaje la relación estrecha que existe entre la ley divina y ley natural. Dios escribe su ley de amor en nuestra naturaleza. Pero aunque este amor esté inscrito en nuestro corazón, su objeto no está del todo claro para nosotros. Esta paradoja es la árdua tarea del discernimiento moral, y por eso es tan importante considerar las pasiones como lugares teológicos de discernimiento. Entender el amor como una pasión significa abrazar nuestra potencia concupiscible como un impulso natural dado por Dios hacia el bien. Según el Aquinate, en este sentido, la intención del amor – su fin último – es la alegría y placer (cf. STh I-II q.25 a.2). En tiempos de Palau, esta percepción positiva subyacente de la concupiscencia puede haber sido mirada sospechosamente por las autoridades eclesiásticas. Y quizás, aún hoy en día es difícil hablar positivamente de la concupiscencia entre cristianos. En este sentido, es recomendable leer el famoso ensayo de Karl Rahner, “Sobre el Concepto Teológico de la Concupiscencia” en el primer volumen de sus Escritos de Teología.
Eros: La Búsqueda de la Belleza
La vida de Palau, como la de todos nosotros, era una constante búsqueda del objeto de su amor sin saber dónde o qué era realmente. Como Agustín, describe su turbulenta y temeraria búsqueda de la belleza hasta que finalmente encuentra a su Amada (cf. MR, Texto autógrafo, 10, 14-15). Sólo en la Iglesia encontrará Palau el verdadero objeto de su amor:
“Su presencia satisfizo mi pasión y con ella yo era feliz, su belleza me bastaba.” (MR, Fragmentos I, 3)
Palau fue finalmente vencido por el poder de la belleza. Su experiencia de la pasión del amor fue el deseo de belleza. Él habla de una imagen implantada en su mente que representa la belleza eterna (MR, Texto autógrafo, 4, 17). Esta es una idea muy platónica, pero muy mística a la vez. Es el entendimiento de que la belleza no es subjetiva, algo que depende del ojo del que mira, más bien se trata de una realidad trascendente que debe ser descubierta por el ojo de la mente. La belleza de la que estamos hablando aquí es – en palabras del Pseudo-Dionisio de Areopagita – una belleza invisible.
Existe aquí un parecido con Eros, el ser mitológico griego, al ser descrito por Platón en El Banquete. Platón describe a Eros como un “amante natural de la belleza” (El Banquete 203c). Eros busca la belleza porque carece de ella. Su devoción a la belleza está justificada por el hecho de que nació en la fiesta de Afrodita (Venus), la diosa de la belleza, pero porque es el hijo de la Pobreza y el Recurso, está eternamente deprivado de – aunque siempre buscando diligentemente – la belleza. Para Platón, Eros es un ser intermedio, existe entre el plano de los hombres y los dioses. De este modo, puede servir como mensajero y revelar la belleza divina a los hombres.
En el sentido platónico que acabamos de ver, podemos decir que la teología de Palau llegó a ser verdaderamente erótica, una búsqueda de la belleza invisible. Asumir un camino teológico erótico significa buscar la belleza que carecemos y deseamos a través de las cosas de este mundo entendiendo que este deseo (concupiscencia) es un puente hacia la Belleza misma.
El Padre Palau, y muchos otros a través de la historia, han descubierto la estrecha relación entre bondad y belleza. El Papa Juan Pablo II, en su Carta a los Artistas (1999), recordaba como los antiguos griegos veían la bondad y la bella como una misma cosa. E incluso citó a Platón: “La potencia del Bien se ha refugiado en la naturaleza de lo Bello” (Filebo, 65 A). Es relevante que, en el Mes de María, Palau recurra a las imágenes de las flores para presentar las virtudes. En esta etapa de su vida, ética y estética están unidas. En este sentido, podríamos decir que la teología moral de Palau está en una senda erótica, es decir, una búsqueda apasionada de la bondad a través de la belleza. Por este motivo insiste que la virtud primero debe ser buscada con amor.
Conclusión
En resumen, la ética de las virtudes – enseñada por el Padre Palau y muchos otros – indica que la felicidad es el fin último de la vida. Pero también indica que el único modo para lograr una vida plenamente feliz es a través de las virtudes, es decir, una vida moralmente buena. Aún más, el vivir de acuerdo a la naturaleza humana es considerado lo virtuoso, o florecimiento humano como se conoce en el campo de la psicología moral. Basado en la interpretación que hemos hecho del Mes de María de Palau, la virtud sólo puede ser alcanzada a través de la pasión del amor, no el conocimiento intelectual; la pasión del amor busca la belleza; la virtud es bella y debe ser buscada en cuanto su belleza, y en ella encontraremos la bondad. Palau hizo el cambio de enseñar la ética basada en la lógica a enseñar la ética basada en la estética. Sólo una vida apasionada – una vida erótica – dirigida por la verdadera belleza puede llevarnos por el camino de felicidad, florecimiento y amor duradero. El Papa Benedicto XVI – intentando reivindicar el eros – nos recuerda que “el eros quiere remontarnos ‘en éxtasis’ hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos” (Deus Caritas Est, 5). En este camino, nos podremos finalmente unir con quien buscamos: Dios.
Con esta perspectiva en mente, continuaremos explorando – en los siguientes ensayos – el Catecismo de las Virtudes de Palau, donde encontraremos la estructura principal de su teología moral pero no la innovación metodológica del amor apasionado que él descubrió más adelante en su vida.
Abreviaciones:
CV = Catecismo de las Virtudes
MM = Mes de María
MR = Mis Relaciones con la Iglesia
STh = Suma Teológica
EVV = Escuela de la Virtud Vindicada