Nuestro corazón tiene una capacidad infinita de amor y sólo está tranquilo cuando puede desplegar esas alas en toda su amplitud.
Muchas veces centramos el corazón en el amar a Dios y a los demás y eso nos llena la vida, nos hace experimentar cada día, cada experiencia y cada encuentro como fuente de felicidad, de gozo, de plenitud, de fecundidad. Otras veces, sin embargo, no sabemos…no queremos…no nos decidimos a vivir así, y vamos buscando, probando, intentando… Queremos ser felices, pero sólo alcanzamos a experimentar momentos de alegría y gozo que pasan… se van… y volvemos a buscar, probar, intentar…
Y por nuestros días van pasando los pensamientos positivos, los mantras, las canciones con sentido, los deportes extremos, la necesidad de nuevas experiencias, pero llega el final del día, de la semana, del mes, del año y sabemos en nuestro interior que aún no hemos conocido la verdadera plenitud. Y es que un pensamiento positivo nos confortará en un momento o una circunstancia muy determinada… una canción nos alegrará un momento o incluso un tiempo, pero pronto llegará otra, un mantra nos ayudará a conectarnos con nuestro interior o con Dios, pero no pasa de ser una herramienta … una experiencia extrema puede hacer estallar nuestra adrenalina, pero ésta muy pronto se apagará…
La relación de amor con Dios en cambio, tiene el poder de afectar de modo hondo y duradero nuestro ser completo, … nuestra integralidad… el poder de hacernos conocer el gozo, el sentido, el amor. Y, como vemos en la primera lectura (Dt 6, 2-6), el Señor nos lo ha querido enseñar ya desde los comienzos, allá en el desierto, cuando su pueblo iba de camino a la Tierra Prometida, y a través de Moisés les dice “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. “Teme al Señor, tu Dios, y guarda todos sus preceptos y mandatos que yo te transmito hoy, a ti, a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Cúmplelos y ponlos en práctica, para que seas feliz”
En este día Dios nos recuerda el secreto para alcanzar esa alegría que perdura, que toca todo en nuestra existencia, en el tiempo y todo el tiempo: Vivir sus mandatos, que no son otra cosas que un camino, un estilo de ser y de vivir que asegura esa alegría duradera… esa alegría que se mantiene viva aun en medio de la tormentas, esa alegría que al final del día nos hace dormir paz, esa alegría que dibuja una sonrisa en nuestro rostro cada mañana, esa alegría que nos mantiene con los ojos abiertos y el corazón atento durante la jornada y que nos hace sorprendernos como los niños frente a las manifestaciones y bendiciones de Dios
Jesús, en el evangelio de hoy (Mc 12, 28-34ª) l contestar al escriba que le pregunta “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” responde usando las palabras dichas a Moisés…”El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Pero agrega un segundo mandamiento… Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Y me parece escucharlo diciéndonos Así es, gente del Nuevo Testamento: Los dos mandamientos van juntos. Amor a Dios y amor al prójimo son un mismo amor… porque no puedes decir que amas a Dios y no amar a tu prójimo porque donde está Cristo, que es la cabeza está todo su cuerpo. San Pablo en Corintios 12,27 nos dice claramente “Ustedes forman el Cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro de ese cuerpo”. Por lo tanto, si amo a los miembros estoy amando a Cristo, porque en Él, somos toda una sola cosa, un solo cuerpo, una sola familia. Por esto, los intimismos de nada sirven en la vida de los seguidores de Jesucristo. La cosa no es entre Dios y yo y todo en paz. No, la cosa es entre Dios, mis hermanos y yo, y esto supone interés, compromiso y acción.
Sólo una fe así vivida será fuente de gozo y fecundidad. ¿Lo demás? Anestesia espiritual, que calma, pero no llena, tranquiliza, pero no trae paz, teda momentos de alegría, pero no te asegura felicidad.
Que en este domingo grabemos a fuego en nuestro interior las Palabras de Jesús “No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. No lo olvidemos, porque allí está el secreto del amor real y de la felicidad verdadera y duradera.