Somos muchos los seguidores de Cristo en el mundo, muchos los hombres y mujeres que nos decimos cristianos, que creemos estar, en mayor o menor medida, viviendo el Evangelio, o al menos estamos en el intento. Un número importante ha puesto la vida en ello. Sin embargo, otros muchos nos mantenemos en nuestro pequeño mundo, y oramos un poco, vamos a misa algunas veces, nos portamos más o menos bien, hacemos un poco de caridad y seguimos nuestra vida sin mayores trastornos.
La realidad, la historia, los movimientos humanos nos dicen que esta manera de cristianismo no está siendo suficiente. Hay dolores, sufrimientos, injusticias incluso horrores aconteciendo en nuestro mundo, y muchos de nosotros, “los seguidores de Cristo”, no los estamos viendo… o hacemos como si no los viéramos…. Hay niños muriendo de hambre en Yemen, hay una columna de migrantes hondureños y de otros países centroamericanos subiendo a Estados Unidos, hay persecución a los cristianos, la ideología de género ha invadido nuestras escuelas y universidades, el aborto se va legalizando en América como una gran marea, hay violencia en nuestras calles, aumentan las adicciones, la corrupción y nos dolemos y avergonzamos por los horribles delitos de algunos sacerdotes y obispos.
La humanidad sufre y no es un dolor anónimo, son nombres e historias concretas y reales….
Se trata de Amal, Shaher, Shaadi, niños de Yemen que han muerto de hambre; se trata de Claudia, María Trinidad y Juan Manuel que dejándolo todo atrás se han aventurado en una larga caminata en busca de una mejor vida; se trata de mis hijos que en su escuela van escuchando propuestas totalmente contrarias a Dios y su Palabra; se trata del Cardenal Zen, que llama a sus feligreses católicos en China a que “vuelvan a las catacumbas” porque una nueva persecución ha comenzado y porque esa misma persecución en algunos países del Medio Oriente hace año que no cesa; se trata de Nicholas, Gina y muchos otros jóvenes que han muerto en los tiroteos a escuelas en USA, se trata de Nelly, Soraya y Carolina, mujeres maltratadas y luego asesinadas… Se trata de Cristo sufriendo en ellos…
¿Soy capaz de reconocerlo en ellos, de verlo en ellos? ¿O estoy ciego a su presencia en mis hermanos y hermanas en dolor? Mi fe, mi compromiso creyente, mi vida toda ¿Están siendo afectados por estos dolores y sufrimientos? ¿Mi cristianismo está siendo una luz en medio de estas oscuridades?
En el Evangelio de hoy (Mc 10, 46-52) contemplamos a Bartimeo, el ciego “que desea ver”, que escucha que por allí pasa Jesús y grita con fuerza “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”, y le hacen callar, pero él grita más fuerte aún “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Y Jesús los escucha, y le pregunta qué desea, y el hombre ciego le responde “Maestro, que pueda ver”. Y es que a Bartimeo le dolía su ceguera, le afectaba el no poder ver, no quería seguir viviendo en la oscuridad. Por eso grita, por eso pide, por eso espera.
Frente a la realidad de Cristo, que pasa por nuestras vidas en todas esas personas y situaciones dolorosas, estamos dispuestos y dispuestas gritar como este ciego “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! “… y luego humildemente pedirle “Maestro, que pueda ver” … que pueda verte en ellos…
No sigamos refugiándonos en la indiferencia, no nos encerramos en nuestra comodidad, no nos movamos en la penumbra de nuestro egoísmo, no nos acostumbremos a vivir así. Jesús está pasando por nuestro lado y quiere regalarnos su luz. La humanidad la necesita, yo la necesito, tú la necesitas.