“Paz a ustedes” (Juan 20,19-31) es el saludo de Jesús resucitado a los discípulos. Él sabe que la necesitamos, por eso viene a ellos, y a nosotros, ofreciendo paz a los corazones, las personas, las sociedades, al mundo.
En esa paz no está invitando a confiar, a creer, a esperar en la fuerza de su resurrección. ¡Es verdad que está vivo! ¡Es verdad todo lo que nos ha dicho! ¡Es verdad que hoy puede entregarnos paz porque en Él hay paz, Él es la paz. ¿Por qué? Porque su vida fue coherente hasta el final, hasta la cruz, porque no se guardó nada para sí, porque lo entregó todo. Y nosotros, cada uno de nosotros, puede tener y compartir ese don si acogemos lo que se nos ofrece y el camino que se nos ofrece. .
Un corazón habitado por el amor sacrificado, total, e incondicional del Señor, que no busca nada para sí, que deja fuera los egoísmos, avaricias y ambiciones; que deja fuera las competencias, que está dispuesto a “perder” por el bien del otro, ese corazón gozará de paz porque está amando, buscando y promoviendo el bien de los otros, como Jesús.
En este domingo segundo de Pascua, los invitamos a robarle un momento a los muchos ajetreos del fin de semana para recibir la paz que se nos quiere regalar y simplemente detenernos un momento para “estar con el Señor de la paz”, dejando que esa paz nos inunde… sólo eso… dejarnos invadir por la paz… abriendo el corazón y la vida para recibir ese don. Sentarnos, respirar hondo unas cuantas veces y sencillamente recibir, acoger, respirar la paz que Cristo nos regala, igual como hace hoy con sus discípulos..
Si hacemos esto, no será bueno sólo para nosotros sino también para quienes nos rodean: la familia, el trabajo, otras comunidades, porque irradiaremos la paz de Cristo y eso hará que nuestro amor sea entregado en gestos concretos, que nuestro amor no sea aquel de las palabras fáciles y a veces casi melosas, sino un amor pasado por la prueba, ese amor que a veces duele, que nos desgarra por dentro, pero que al ser entregado nos llena de paz, porque es la manera de amar que nos enseña Jesús, nuestro Maestro. Amor y dolor van de la mano, no hay amor verdadero sin sacrificio.
Aceptemos el regalo de la paz que Cristo nos ofrece, esa paz que viene del amor que ha pasado por la cruz y que ahora regresa vivo y fecundo. . Les aseguro que el mundo cambiará, al menos nuestro pequeño mundo, si nos convertimos en portadores de la paz.
Hoy celebramos también el domingo de la misericordia, y misericordia no es otra cosa que ser empáticos con quien sufre, con el pobre, con el doliente. ¿Qué mejor regalo que llevarles un mensaje de paz?. Es cierto que hemos de luchar y comprometernos para que en los posible no hayan, en la sociedad y nuestros círculos más cercanos, situaciones que provoquen dolores y sufrimientos injustos e innecesarios en los demás, pero, si se dan, en lugar de alimentar rencores, odios y resentimientos, es mejor llevar el mensaje de paz que nos ofrece el Resucitado, pues el dolor vivido con paz nos liberará de la desesperación, la amargura, el rencor, el odio y la envida.
Que María, Nuestra Señora de la Paz, nos enseñe a recibir los dones de Dios.