Sexto Domingo de Pascua
Las lecturas de hoy, especialmente la primera, de los Hechos de los Apóstoles, ensanchan el corazón, traen una brisa fresca a nuestros modos, hábitos y tradiciones. En ellas se respira libertad, pero no ésa de hacer lo que quiero o desconocer todo límite, sino aquella libertad que nos rescata del planificar o programar todo hasta el último detalle, la que nos pone en el camino del discernimiento, para luego dejarnos llevar por el soplo del Espíritu de Dios por dónde Él nos diga, cuándo Él nos lo diga y de la manera que Él nos diga, confiados en Él y su amor incondicional.
Se respira libertad, porque nos muestran que el Espíritu es capaz de ir rompiendo nuestros esquemas mundanizados, esos que nos dan seguridades y nos clasifican en buenos y malos, en puros e impuros, esos esquemas y modelos que no nos dejan llegar a los horizontes que Dios va poniendo profundo en nuestros corazones, en nuestras entrañas, esos horizontes “que nos duelen por dentro” porque nos llaman con insistencia y sin embargo nosotros no nos dejamos conducir a ellos. Esto es lo que duele y molesta a Pablo y Bernabé cuando llegan algunos personajes de Judea y se ponen a enseñar a los hermanos convertidos del paganismo que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Les molesta y duele que se quiera funcionar desde los esquemas y no desde el Espíritu.
Pero, todo tiene su tiempo. A pesar de todas nuestras defensas y barreras, el Espíritu sopla siempre y sopla donde quiere. Si no le dejamos el camino libre, buscará otro, sin cansarse, hasta alcanzar su cometido. En el caso de hoy, se hace presente en el camino del discernimiento comunitario, la iglesia de Jerusalén y las iglesias de la diáspora se reúnen para aclarar juntos el problema. Tomada una decisión, son capaces de decir en su carta “El Espíritu Santo y nosotros, hemos decidido”.
¿En cuántas de las ocasiones en que hemos tenido que decidir algo, tomar posición u opinar algo, hubiésemos podido decir ” El Espíritu Santo y yo hemos decidido? Más básico aun, ¿En cuántas de nuestras decisiones le consultamos al Espíritu Santo?
Una manera muy simple de tomar el pulso a esto es poniendo atención a lo que nos pasa por dentro en esos momentos. El fruto del accionar fuera o contra el Espíritu son el desconcierto y la inquietud. Incluso aunque hayamos ganado batallas o pleitos, por dentro no nos sentimos todo lo bien que esperábamos, no nos sentimos cómodos, algo queda rondando por dentro. Son esas victorias que dejan un sabor amargo en el corazón y en las entrañas. El fruto del accionar desde el Espíritu, en cambio, trae alegría y una serena paz. Es lo que pasa en la comunidad de Pablo. Los hermanos de Judea que hablaron en nombre propio, provocaron desconcierto e inquietud. La carta que enviaron luego del discernimiento de las iglesias produjo paz y comunión.
En este sexto domingo de pascua, confiemos y dispongámonos a ser conducidos por el Espíritu, sin temor a nuestras barreras interiores, porque a Él le basta una pequeña fisura en esos muros defensivos para entrar por allí con todo su poder, y una vez dentro nadie puede detener, controlar o manipular la fuerza y creatividad de su amor. El único límite a su acción es nuestra voluntad, el que yo, consciente y a propósito, lo deje fuera. Si yo me opongo, el Espíritu ya nada puede hacer, porque una de las cosas más bellas y maravillosas de Dios para con nosotros es la libertad que nos regala. El invita, atrae, ofrece, pero nunca obliga.
¡Y cómo no confiar si el mismo Cristo nos dice en el evangelio de hoy que “El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho”!