CUARTO DOMINGO DE PASCUA

Siempre son muchos los que van siguiendo a Jesús: personas que descubren en Cristo el sentido de la existencia, la historia, el hoy y el mañana, personas que han llevado por mucho tiempo una sed o búsqueda profunda de “algo” que no saben definir, y que en Cristo han podido encontrar y saciar. Por eso lo siguen, por eso lo han dejado  “movilizar” sus vidas hacia caminos distintos, modos distintos, horizontes distintos.

Y en ese llamado  y encuentro lo van viviendo judíos y paganos, porque,  como vemos en la primera lectura de hoy, en Dios no hay preferencias ni categorías, sólo un llamado a aceptarlo y seguirlo.

El Pastor llama y sus ovejas lo reconocen. ¿Los modos de llamar? ¿El momento de llamar?  Eso es completamente personal. Y hay un momento y un lugar para cada uno, porque en Dios no hay uniformidades, con Él sólo hay historias “personales”.

Y más o menos todos conocemos, o hemos conocido, alguna de esas historias; una persona que un día se encontró con Cristo en lo profundo de su corazón,  lo dejó entrar totalmente en su vida y se fue entregando cada vez más a Él,  a su Iglesia, a su gente, a su Evangelio,  con valentía y radicalidad, ofreciendo y dando no sólo su corazón sino también sus dones, su bienes, su tiempo.

Y también conocemos nuestra “propia historia” con Él; esos primeros momentos donde Jesús comenzó  a significar algo más que una costumbre heredada en nuestra vida,  esos momentos en que muy dentro de nosotros mismos escuchamos su voz llamándonos y comenzamos a seguirlo de un modo distinto, dándole permiso para  guiar nuestra vida,  caminos y decisiones, dejándolo ser parte de nuestra existencia y nuestros planes, esos momentos en que “nos desordenó” la vida que traíamos para ordenarla según su Evangelio.  ¡Cómo no asombrarnos de su fidelidad, de su paciencia, de su amor!

¡Cómo no asombrarnos también de nuestra respuesta! Si, así como somos, frágiles, un poco dejados  a veces, hemos sin embargo permanecido junto a Él; probamos su luz y su amor y ya no podemos ni queremos vivir sin ellos.

En este día en que la Palabra nos asegura que nadie nos arrebatará de las manos del Señor,  agradezcamos también la oportunidad que tenemos  de vivir esta relación de fe y amor con Cristo, con libertad, con paz,  con tiempo, con otros, porque hoy,  muchos de nuestros hermanos y hermanas, muchos otros seguidores de Jesús están sufriendo,  a muchos creyentes  les han robado la libertad, la paz, el tiempo en esta tierra y la compañía de otros; muchos-demasiados-  seguidores de Jesús están siendo brutalmente perseguidos y asesinados. ¿El motivo? Ser cristianos. En  Irak, Yemen, Siria,  Kenia, Nigeria, Eritrea, Pakistán, República Centroafricana, Corea del Norte y otros países, nuestros hermanos cristianos están muriendo por su fe.  Jóvenes estudiantes,  creyentes reunidos en sus templos, religiosas, religiosos, jóvenes, familias, niños, están muriendo a causa del Reino.

Para ellos es la promesa de nuestro Dios de la segunda lectura de hoy: “Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugara las lágrimas de sus ojos.”

Bendito sean todos estos mártires por su testimonio de seguimiento al Señor. Bendecidos somos nosotros que podemos seguir al Buen Pastor en caminos de paz y libertad.

ovejas pastor