Imaginemos a Jesús caminando hacia Jerusalén con sus discípulos y amigos. El trayecto no era largo porque Betania estaba cerca. Entretanto en la ciudad ha corrido la voz de que Jesús se acerca. Todos están enterados de lo de Lázaro. Conocen los signos que ha hecho Jesús por todas partes. El pueblo se entusiasma y sale con ramas y palmas, cantando a recibirle como al mesías esperado, al rey que les ha de librar del yugo romano. Esto la gente…pero ¿y Jesús? ¿está de acuerdo? ¡De ninguna manera! Él no vino como rey político sino como portador de un mensaje de salvación de otro orden y para demostrarlo realiza una acción simbólica: Encuentra un burrito y se sube a él. Los emperadores y reyes entran vencedores montados en briosos corceles, acompañados de marchas militares y banderas. Jesús no es de esos. Su Reino no es de este mundo. Sin embargo deja hacer a la gente mientras sus enemigos los fariseos se mueren de rabia aunque ya han decidido eliminarle. ¿Y sus discípulos? por el momento no entienden nada. Piensan como el pueblo. Lo entenderán después.