—Obstat sexus [el sexo lo impide]. Con esta concisión, que sólo la lengua latina permite, anunciaba el Papa Pío XI, por boca de Monseñor Aurelio Galli, su negativa a declarar a Teresa de Jesús Doctora de la Iglesia, cuando la Orden del Carmelo Descalzo le elevó la petición, en el año 1923.
Si este hecho tuvo lugar en pleno siglo XX, a nadie puede extrañar que su condición femenina supusiera para Teresa de Jesús una traba en el XVI, siglo en el que nace y muere (1515-1582).
Joël Saugnieux, al analizar el contexto histórico y cultural de esa época, afirma que Teresa cuenta con una triple limitación cultural, porque sobre ella se cierne un triple lastre sociológico. El primer rasgo que él señala es precisamente que se trata de una mujer, en una época donde la cultura dominante está enteramente en manos de varones. El segundo inconveniente es que nace en una familia de origen judío, cuando se iba imponiendo el estatuto de limpieza de sangre que sólo dará cabida en la sociedad a los cristianos viejos. Por último, que proviene de lo que llamaríamos la burguesía provinciana, en una época en la que los honores se reservan todavía a las personas de origen noble.
Aún cabe sumar un cuarto lastre: Teresa es mística, y se va a ver implicada en la polémica que enfrentaba a los teólogos (letrados) con los «espirituales», a los que a menudo se les acusó de alumbradismo, por lo que muchos de ellos terminaron condenados por el Santo Oficio:
…como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres y engaños que las había hecho el demonio, comencé a temer… (V 23, 2)
Teresa no temía en vano: aparte del Edicto contra los alumbrados, dexados y perfectos, que se había promulgado en 1525, el proceso contra la monja Magdalena de la Cruz de la década de 1540 estaría con frecuencia en su memoria. Más tarde, vendrían otros significativos procesos inquisitoriales, como el que condujo a prisión a Fray Luis de León, o al mismísimo arzobispo de Toledo fray Bartolomé Carranza.
Mujer y mística: no eran las mejores garantías para hacerse creíble. Fray Luis de León, en la carta-dedicatoria de la primera edición de las obras teresianas, que él preparó en 1588, buscando apaciguar ciertas voces de protesta que ya se dejaban oír contra Teresa, y que acabaron llegando hasta la Inquisición, escribía en los siguientes términos:
Que lo que algunos dicen, ser inconveniente, que la santa madre misma escriba sus revelaciones de sí, para lo que toca a ella, y a su humildad, y modestia, no lo es, porque las escribió mandada, y forzada…
Desde el momento en que Teresa de Jesús toma la pluma, va a hacerlo muy consciente de lo que supone este hecho en unsiglo en el que la mujer carece de voz, y en el que los inquisidores, «…como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa» (CE 4, 1). Esas valientes palabras pertenecen a un texto que no superó la censura de la primera redacción de Camino de Perfección (Códice de El Escorial). Fue emborronado tan a conciencia que sólo recientemente ha sido posible su lectura completa, y constituye posiblemente el más atrevido alegato de su tiempo en favor de la mujer.
Por esta razón, sería ella misma quien contribuyera a crear una imagen de escritora reacia, al resaltar con frecuencia su ineptitud para escribir, fundamentada en las más diversas razones: falta de educación formal (letras), desconocimiento del latín, mala salud, frágil memoria, falta de tiempo, muchas responsabilidades en el convento, ser mujer y pecadora… Se trataba de no causar alarma en el lector, el primero de los cuales era siempre un censor.
Sin embargo, de unos años a esta parte, esta visión de Teresa como escritora «a su pesar» ha sido puesta en duda (y aun desmentida) por la mayoría de los críticos que se han acercado a las obras de la escritora abulense. Así, Francisco Márquez Villanueva, en un significativo y brillante artículo publicado en 1983, se atrevió a afirmar con rotundidad:
El malhadado prejuicio hagiográfico ha impedido reconocer algo muy obvio, nunca afirmado hasta este momento y que todavía causará escándalo en algunos: Santa Teresa gozaba del placer de crear como una verdadera adicción, especie de bendito “asimiento” de que, por fortuna nuestra, no llegó a ser consciente. Son hasta los médicos quienes han de poner coto al oneroso desbordamiento casi grafómano: “Me ha mandado el doctor que no escriba jamás sino hasta las doce y algunas veces no de mi letra” (178, I). Sus monjas no en vano la ven escribir a altas horas de la noche, con el rostro todo encendido, en trance creador que, muy de acuerdo con sus profundas convicciones, sin duda armonizaba lo divino y lo humano, lo sobrenatural y el puro placer estético.
Quizá no nos sea posible adentrarnos tan profundamente en el alma teresiana para saber exactamente qué pasaba por su interior mientras escribía. Pero su legado habla por sí solo. Como continúa afirmando Márquez Villanueva: …libros de esta densidad de pensamiento no se encargan ni se improvisan.
—Obstat sexus [el sexo lo impide]. Con esta concisión, que sólo la lengua latina permite, anunciaba el Papa Pío XI, por boca de Monseñor Aurelio Galli, su negativa a declarar a Teresa de Jesús Doctora de la Iglesia, cuando la Orden del Carmelo Descalzo le elevó la petición, en el año 1923.
Si este hecho tuvo lugar en pleno siglo XX, a nadie puede extrañar que su condición femenina supusiera para Teresa de Jesús una traba en el XVI, siglo en el que nace y muere (1515-1582).
Joël Saugnieux, al analizar el contexto histórico y cultural de esa época, afirma que Teresa cuenta con una triple limitación cultural, porque sobre ella se cierne un triple lastre sociológico. El primer rasgo que él señala es precisamente que se trata de una mujer, en una época donde la cultura dominante está enteramente en manos de varones. El segundo inconveniente es que nace en una familia de origen judío, cuando se iba imponiendo el estatuto de limpieza de sangre que sólo dará cabida en la sociedad a los cristianos viejos. Por último, que proviene de lo que llamaríamos la burguesía provinciana, en una época en la que los honores se reservan todavía a las personas de origen noble.
Aún cabe sumar un cuarto lastre: Teresa es mística, y se va a ver implicada en la polémica que enfrentaba a los teólogos (letrados) con los «espirituales», a los que a menudo se les acusó de alumbradismo, por lo que muchos de ellos terminaron condenados por el Santo Oficio:
…como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres y engaños que las había hecho el demonio, comencé a temer… (V 23, 2)
Teresa no temía en vano: aparte del Edicto contra los alumbrados, dexados y perfectos, que se había promulgado en 1525, el proceso contra la monja Magdalena de la Cruz de la década de 1540 estaría con frecuencia en su memoria. Más tarde, vendrían otros significativos procesos inquisitoriales, como el que condujo a prisión a Fray Luis de León, o al mismísimo arzobispo de Toledo fray Bartolomé Carranza.
Mujer y mística: no eran las mejores garantías para hacerse creíble. Fray Luis de León, en la carta-dedicatoria de la primera edición de las obras teresianas, que él preparó en 1588, buscando apaciguar ciertas voces de protesta que ya se dejaban oír contra Teresa, y que acabaron llegando hasta la Inquisición, escribía en los siguientes términos:
Que lo que algunos dicen, ser inconveniente, que la santa madre misma escriba sus revelaciones de sí, para lo que toca a ella, y a su humildad, y modestia, no lo es, porque las escribió mandada, y forzada…
Desde el momento en que Teresa de Jesús toma la pluma, va a hacerlo muy consciente de lo que supone este hecho en unsiglo en el que la mujer carece de voz, y en el que los inquisidores, «…como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa» (CE 4, 1). Esas valientes palabras pertenecen a un texto que no superó la censura de la primera redacción de Camino de Perfección (Códice de El Escorial). Fue emborronado tan a conciencia que sólo recientemente ha sido posible su lectura completa, y constituye posiblemente el más atrevido alegato de su tiempo en favor de la mujer.
Por esta razón, sería ella misma quien contribuyera a crear una imagen de escritora reacia, al resaltar con frecuencia su ineptitud para escribir, fundamentada en las más diversas razones: falta de educación formal (letras), desconocimiento del latín, mala salud, frágil memoria, falta de tiempo, muchas responsabilidades en el convento, ser mujer y pecadora… Se trataba de no causar alarma en el lector, el primero de los cuales era siempre un censor.
Sin embargo, de unos años a esta parte, esta visión de Teresa como escritora «a su pesar» ha sido puesta en duda (y aun desmentida) por la mayoría de los críticos que se han acercado a las obras de la escritora abulense. Así, Francisco Márquez Villanueva, en un significativo y brillante artículo publicado en 1983, se atrevió a afirmar con rotundidad:
El malhadado prejuicio hagiográfico ha impedido reconocer algo muy obvio, nunca afirmado hasta este momento y que todavía causará escándalo en algunos: Santa Teresa gozaba del placer de crear como una verdadera adicción, especie de bendito “asimiento” de que, por fortuna nuestra, no llegó a ser consciente. Son hasta los médicos quienes han de poner coto al oneroso desbordamiento casi grafómano: “Me ha mandado el doctor que no escriba jamás sino hasta las doce y algunas veces no de mi letra” (178, I). Sus monjas no en vano la ven escribir a altas horas de la noche, con el rostro todo encendido, en trance creador que, muy de acuerdo con sus profundas convicciones, sin duda armonizaba lo divino y lo humano, lo sobrenatural y el puro placer estético.
Quizá no nos sea posible adentrarnos tan profundamente en el alma teresiana para saber exactamente qué pasaba por su interior mientras escribía. Pero su legado habla por sí solo. Como continúa afirmando Márquez Villanueva: …libros de esta densidad de pensamiento no se encargan ni se improvisan.