Resulta difícil de creer que una campesina madre de cinco hijos esté esperando la horca por beber un vaso de agua tras una jornada de cosecha al sol. Pero es tan cierto como que Benedicto XVI y Hillary Clinton se han interesado públicamente por su suerte. Tan cierto como que el gobernador del estado del Pendjab, Salman Taseer, musulmán, y el ministro de las minorías, Shahbaz Batti, cristiano, han sido asesinados por defenderla.
Una periodista francesa corresponsal en Islamabad, Anne-Isabelle Tollet, quiso que ella misma, Asia Bibi, contara su historia. Está convencida de que esa historia puede todavía movilizar a la opinión pública mundial, y con ella a los gobiernos, y presionar a Pakistán para que no mate, ni permita que nadie mate a una persona inocente.
El fruto de esa historia se titula ¡Sacadme de aquí! y se logró realizar ya que Anne-Isabelle entrevistó durante varios meses a su protagonista a través de Ashiq, su marido, único que puede verla. Luego dio forma escrita a estos recuerdos -Asia es analfabeta- y lo sometió a su aprobación. Y ahora, sabiendo que el relato de su vida circula por el mundo, esta familia sueña con ver la luz al final del túnel, ese túnel llamado ley de la blasfemia.
Cuando Asia Bibi, un día de junio de 2009, sació su sed en un pozo reservado a mujeres musulmanas, y éstas se lo recriminaron, la joven les echó en cara que Mahoma no aprobaría su actitud. Que una cristiana nombrase al Profeta fue su perdición. Con esa ley en la mano, su caso y otros de similar sinsentido acaban entre rejas.
Asia Bibi es católica. Sólo dos familias lo son en su pueblo, donde a pesar de llevar una vida dura, eran felices. Es quizá lo más conmovedor de ¡Sacadme de aquí!: en primera persona, la presa más célebre del mundo nos habla con toda sencillez de su familia, de sus costumbres cotidianas, de su celebración de la Navidad… de ese pequeño universo, amable en la adversidad, que era su hogar antes de, en cuestión de minutos, recibir una paliza de la multitud enfurecida y de ser arrojada a una celda como en la que ahora está.
A saber, de tres metros por tres, sin ventana, sin servicios higiénicos, con el suelo de tierra, un una manta como cama y aislada por su propia seguridad. Hay asignada una millonaria recompensa a quien la elimine. No le queda ni el consuelo de conversar con sus compañeras de prisión. Y su carcelero es un hombre que, como cuenta Asia, le restregó complacido por las muertes de sus defensores.
Asia Bibi habría podido librarse de su calvario abandonando su fe cristiana, como le ofrecieron ya desde el principio las autoridades mahometanas de su aldea. Pero se ha negado en todo momento a renegar de Cristo, a pesar de que tiene el corazón de madre destrozado por la ausencia de sus hijos, la menor de nueve años y una de ellas discapacitada. Volver a abrazarlos sería para ella el cielo en la tierra. El otro ya se lo ha ganado.
Fuente: www.religiónenlibertad.com