Hace más de un año, fui llamada accidentalmente a formar parte de un grupo de los cuales sólo conocía muy poco a algunos…. a otros…. fue simplemente la primera vez que les veía.

No fue fácil trabajar con ellos. Soy una persona tímida y esto aumentaba mi angustia al saber a qué habíamos sido llamados: Organizar una gran celebración: los 200 años del nacimiento del Beato Francisco Palau y los 150 de las CMT y CM. Nunca pensé vivirlo como lo fue ese 29 de diciembre. En mi cama, esa calurosa mañana mientras escuchaba el bello canto de las hermanas pensaba: Mira dónde estás, qué gran momento se nos viene encima esta tarde. Si esto es importante para mí, cuánto más para las monjitas.

El camino no fue fácil. Todavía recuerdo con nostalgia esa primera reunión, en donde las ideas eran tan utópicas como crear una ermita y yo, asistía como una representante de quien debía estar en ese lugar. Ahora entiendo que Dios escribe recto en líneas retorcidas. Era mi momento. Yo, la más pequeña entre todos. ¿Cómo pretendían las hermanas que participara en algo en lo cual poco o nada conocía? Con el tiempo fui percibiendo que, precisamente de eso se trataba mi primer reto: CONOCER AL PADRE PALAU , pero ¿cómo conocerlo y comprenderle si apenas conozco una milésima parte de mí? Fue y es una tarea difícil. Siempre lo vi como un ser muy profundo y complicado, pero en las siguientes reuniones le fui descubriendo, aunque debo confesar que me he vuelto a perder. Busco la luz que aparecerá cuando sea menester. Para mí, eso es señal de indagar no sólo al Beato, sino también a Dios. Sé que es una labor ardua, pero tengo lo necesario para hacerlo: Fe y esperanza.

Quería dar lo mejor de mí ese 29 de diciembre. Estaba nerviosa y veía en los rostros de las Hermanas un dejo de ansiedad. Fue impresionante verlas entrar al Santuario. Se las percibía hermosas, radiantes, llenas de ilusión. Eran muchas y a la vez, una sola. Ellas siguiendo el camino trazado por este hombre santo. Las imaginé como las novias cuando van hacia el altar y entendí lo que decía el Padre Palau: “Dios es para el hombre su felicidad”.

Variadas son las misiones dadas por Francisco Palau: la fundación de su familia religiosa, entre ellas, como también la atención a los laicos, y ahí estábamos presentándonos ante el Señor ese 29 de diciembre. Las congregaciones, mostraban a Dios su trabajo, no de un año, sino de toda su vida. Creo que deben sentirse orgullosas.

Me daba mucha alegría y risa verme en medio de los sacerdotes y me decía: Jajajajaja…. en medio de hombres santos y yo la única mujer y todavía laica ¿qué hago acá?, ¿me lo merezco? ¿por qué Dios es tan bueno conmigo, cuando me falta tanto? ¿Podré dar más de mí? Y luego, cuando Monseñor Ezzatti nos dialogaba, le admiré enormemente por la convicción y pasión con las que hablaba de la obra del Padre Palau y pensaba: ¡Dios mío, cuánto sabe del Padre! Lo decía con tanta certeza que pasó por mi mente pensar que debió de haberlo estudiado muy profundamente y encontrar en sus palabras y en su obra, el verdadero camino hacia Dios.

Cómo no recordar el rostro del Obispo cuando miraba a las consagradas y les sonreía, como diciendo, ESTO ES LO QUE HAN LOGRADO. VEAN A ESTA IGLESIA LLENA. FELICITACIONES.

Sé que están llamadas como congregaciones a ser luz para los desesperados, abandonados y alejados de la casa del Señor y, ese día, siento que nos dieron un gran regalo: Permitir que los laicos soñáramos con mucha esperanza en encontrar al Dios verdadero, teniendo como camino seguro al Beato y, sé también que tienen como norte cumplir con lo estipulado por él: “Jesús es la cabeza de la Iglesia. De este pueblo, Él es el Rey y Señor”.

Al terminar el día, me sentí con la tarea cumplida. Duró sólo un año, pero cada experiencia, cada momento, cada compartir, cada persona que formó parte de mi vida, están grabados a fuego en mi corazón.

Quiero dar las gracias a las Hermanas de ambas congregaciones que me dieron la oportunidad de compartir y participar de este maravilloso momento. Estoy feliz de ello y, más aún, porque sé que en el Reino de Dios hay un ser maravilloso que debió haberse sentido muy orgullosa de mí: MI MADRE. Tengo la plena convicción que ella estuvo siempre presente en este camino y que les agradece que hayan tratado de encaminar a esta oveja perdida.

Con cariño, aprecio y admiración por su obra
Brígida Navarro Correa, UTP Colegio Francisco Palau