Puesto el hombre en marcha por el camino de la virtud, ha de sostenerse en medio de las pruebas, tribulaciones y contradicciones, firme, fuerte, leal, invariable. Sostener, aguantar, soportar y sufrir las penas y persecuciones que por causa de la virtud nos vienen, es cosa de la paciencia. La pasión nuestra, sufrida por Dios, es una flor. La malva-rosa es otra flor: su hoja es muy dulce y suave… la pena se convierte en consuelo y es suave la carga cuando se lleva por Dios. La malva, en varias de sus especies, despide una fragancia muy delicada, fina y suave cuando se aplasta, se comprime y se aprieta. Así es la virtud de la paciencia; si la pena, la tribulación y la persecución la toca, la muele y la pisa, es precisamente en la presión que llena el jardín de un perfume muy aromático y de gusto muy suave.

Venida la tribulación y la persecución, ¿la recibes con ánimo igual, invariable, inmutable y firme?; cuando te tocan, cuando te pisan, cuando te comprimen ¿prorrumpes en quejas y en murmuraciones? ¿O bien, despides el olor suave y dulce de la paciencia? ¿Llaga la prueba? ¿Te abres y ofreces en flor, clavos, llagas y coronas? ¿O bien te erizas como el espinal? Piénsalo bien, medítalo bien; y coge la pasionaria y la malva-rosa y, al ponerla en manos de María, le dirás:

Señora:
Os ofrezco la pasionaria
como señal de mi resignación en sufrir.
Yo me obligo y comprometo
a tomar voluntariamente, de buen grado y gusto
las penas, las contradicciones y las tribulaciones.
Presentad mi pasión a vuestro Hijo
y cuidad de mi pasionaria.