Mis queridas hermanas, después de varios años recorridos, por fin hoy es una realidad lo que, entre todas, con tanta esperanza y esfuerzos hemos ido construyendo: la Provincia Virgen de Guadalupe de América.

Soy consciente que la creación de una nueva Provincia a nivel de estructuras es también un desafío en el proceso de vinculación del corazón. Las hermanas que formaréis parte de la nueva circunscripción, habéis pertenecido a la Provincia San José y a la Semiprovincia Virgen del Carmen, y algunas de vosotras, anteriormente a otras circunscripciones. Durante estos últimos años habéis caminado juntas dedicando largos tiempos de reflexión, oración, diálogo y búsqueda dentro del proceso de reestructuración hacia una nueva y única Provincia de América; habéis buscado la estructura que pueda ayudar mejor a nuestra vida y a nuestra misión apostólica. Os aliento en este caminar sabiendo que es un proceso que requiere tiempo y paciencia. Os animo a sentir con el corazón ensanchado y a tener una mirada amplia, a superar los momentos de añoranza de una pertenencia anterior o un pensamiento más local. Os invito a adheriros, siempre y a pesar de las dificultades, a este proyecto más amplio con un compromiso fuerte en la construcción del presente, con la esperanza en lo que será. Os animo a poner toda la voluntad y todos los recursos en la construcción de un Cuerpo más amplio que acoge otras culturas y otras realidades que sin duda van a enriquecer el colorido provincial en presencias y experiencias. Estoy convencida de que, si continuamos poniendo bases firmes y hondas en este proyecto, Dios lo seguirá bendiciendo.

 Tejer relaciones: vincularnos – vivir vinculadas a la Iglesia

Durante estos días os invito a hacer experiencia de lo que a lo largo de este mensaje voy a desarrollar: vincularnos. La creación de una nueva Provincia nos invita a vincularnos, a tejer relaciones, a mirar más allá de nuestros pequeños espacios y otear nuevos horizontes, y esto precisamente pido al Dios Trinidad para esta asamblea: que seamos capaces de vincularnos, que dejemos al Espíritu que derribe todo aquello que nos aleja, nos aísla, nos fragmenta y que sea Ella, la Ruah dinámica, la que nos ponga en movimiento hacia horizontes inspiradores y de compromiso donde la vida exige nacer o ser recreada. Dejemos queridas hermanas que la Trinidad, fuente, aliento y fin de nuestra existencia, nos abrace para que caminemos hacia la otra intercambiando vida y anhelos, sueños y esperanzas, para que experimentemos esta asamblea como una danza armoniosa, no porque haya ausencia de conflictos o pareceres diversos, sino porque todas sin excepción estamos habitadas por la Trinidad y ésta es RELACIÓN.

Como punto de partida y profundizando el lema capitular, “Tejiendo relaciones al servicio de la vida”, quiero ponernos en conexión con la imagen de la Trinidad que todas conocemos. En este icono, Andréi Rublev representa la Trinidad como tres personas distintas que se comunican entre sí, dispuestas a seguir, a salir podríamos decir, con un bastón en las manos. Junto a este icono, quiero hacerme eco de las palabras del Papa Francisco cuando refiriéndose a la Trinidad y a la relación entre las criaturas, dice así:

“Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240)

Mirando con honestidad, tenemos que reconocer que en muchas ocasiones nuestro modo de relacionarnos no corresponde con este dinamismo trinitario que Dios ha impreso en nosotras, sino que nuestras relaciones se reducen al simple hecho de estar juntas o colaborar en una misma tarea, pasando también por reducir nuestras relaciones al simple sentimiento afectivo o a la vinculación con quienes piensan como nosotras. No son estas las relaciones nuevas que con tanta insistencia venimos mencionando. Tejer relaciones entendidas como comunión, tiene que ver con una forma de existencia desde la fe, un modo de ser abierto a la experiencia de Dios y radicalmente volcado hacia los demás. En términos palautianos hablaríamos de vivir vinculadas a la Iglesia. Nuestra experiencia de fe nos hace ver porque “creer es ver” (MR 4,8), nos capacita para descubrir la belleza que cada persona tiene al ser imagen de la Iglesia y nos compromete radicalmente en su servicio. En este encuentro profundo, cada hombre y cada mujer conserva su propia identidad, ninguna se pierde ni es absorbida o diluida en la otra, sino que, conservando su propia peculiaridad, nos hace testimoniar la belleza de dónde venimos y la que nos habita, la Trinidad.

 

Volver los ojos a la Trinidad como dinamismo de vinculación.

Nosotras debemos hacer visible la existencia de Dios relacionalmente, hacer cotidiano al mundo lo que es cotidiano en Dios, nos urge volver los ojos a la Trinidad como dinamismo de vinculación. Cada vez más se está imprimiendo la separación, fragmentación como modo de pensar, de ver las cosas, de ser y de actuar y eso está conduciendo a tomar sin dar, a usar, abusar, desechar. Se ignora la responsabilidad de restituir a la comunidad, a la sociedad, a la naturaleza…, actitudes todas contrarias al plan de comunión querido por Dios.

Ante estas palabras que nos conectan con la realidad, podemos adoptar una postura cómoda y poco analítica diciendo que esto no nos afecta, o podemos adentrarnos un poco más en el análisis y redefinir qué signos objetivos podemos detectar en nuestra realidad que nos hacen estar atentas a esta separación a la que me voy refiriendo. Voy a señalar algunos que pueden servirnos para la reflexión:

  • Auto referencialidad.
  • Aislamiento, soledad y/o vida doble.
  • Desconexión de la realidad
  • Monotonía relacional, espiritual y misionera
  • Desintegración comunitaria
  • Falta de pasión carismática, activismo compulsivo o apatía misionera
  • Pérdida de sentido y de pertenencia que lleva a una incapacidad para construir en una misma dirección.

Soy consciente de que estos signos no están generalizados entre nosotras, pero a la vez me atrevo a afirmar que en alguna ocasión han hecho y siguen haciendo mella en nuestra vida y en nuestro corazón, y es esto precisamente lo que nos obliga a mirar de nuevo hacia la Trinidad para ser cada vez más semejanza suya.

Crecer como Provincia en dirección a lo profundo

La nueva Provincia tendrá raíces firmes si cada hermana vive desde su yo más profundo, desde la fuente, porque de lo contrario viviremos sin ancla, sin referencia, sin rumbo. Este vivir conscientes, desde nuestro ser más profundo, nos hace resignificar los tiempos de oración, la centralidad de la Palabra y de la Eucaristía; nos saca del cumplimiento con lo establecido, con los mínimos, con el horario y nos lanza a vivir desde la gratuidad y la necesidad del encuentro con Dios. El encuentro con Dios, si bien es cierto que se produce en toda situación, necesita de tiempos de silencio, de interiorización para ser acogidos y reconocidos de manera consciente. Estar vinculadas a Dios nos posibilita vivir más conectadas con la vida desde su mismo corazón. Es muy difícil tejer relaciones nuevas como identidad y como misión, si no lo hacemos en un contexto de gratuidad, autodonación, en definitiva, con la decisión firme de entregar la vida. Crezcamos como Provincia en dirección a lo profundo. Acercarnos a la fuente y crecer en dirección a lo profundo, lejos de aislarnos en una soledad estéril, despliega en nosotras los dinamismos de la Trinidad que nunca estuvo ausente de la historia, de las luchas y de la vida de las personas. Las relaciones que surgen de la Trinidad, nos llevan a comprometernos siempre en dirección a la vida.

Audaces en propuestas y generosas en respuestas.

Mis queridas hermanas seamos audaces durante estos días, miremos con corazón compasivo a la Iglesia peregrina en América Latina y el Caribe y en Vancouver, y seamos generosas en las respuestas. No podemos por más tiempo reducir la misión a algunos ministerios o tareas, incluso a las buenas obras que, si bien son necesarias, no pueden ser suficientes y dejarnos satisfechas. Nuestra realidad americana muestra una pobreza deshumanizante, ¿cómo nos afecta esta realidad?; vivimos en constante conflicto, ¿cómo contribuimos a la paz?; los fenómenos migratorios es una de las mayores tragedias, ¿qué hacemos?; vivimos en una realidad que permite la trata de personas, ¿realmente utilizamos el potencial que tenemos para denunciar las estructuras que siguen sosteniendo y propagando este crimen? No nos quedemos satisfechas diciendo que nuestra hermana Martha Pelloni, aquí presente, ya hace suficiente; o incluso nos enorgullezcamos cuando mencionamos su nombre. No tranquilicemos con ello nuestra conciencia. Sí, su acción es muy importante, pero no es suficiente. Combatir estas u otras estructuras de pecado es tarea de todas, y no solo de las que consideramos que tienen el don o el carisma o la llamada más específica para este tipo de compromisos. Tendremos que buscar los modos y las estrategias, pero nunca podremos contentarnos diciendo que ya hicimos todo lo que estaba en nuestras manos.

Preguntémonos hermanas, qué compromiso por la vida queremos delinear en esta nueva Provincia. La clave aquí no es sólo dónde estamos y para qué estamos, sino, sobre todo, cómo estamos, ¿al servicio de qué y de quién? Espero que estos días de discernimiento nos ayuden a bajar del discurso a la praxis, que nos podamos preguntar: mi vida de oración, mi espiritualidad, mi estilo de vida, mi forma de vida en la comunidad, mis vínculos, mi forma de estar en la realidad ¿se siente impactada como Cristo por su Cuerpo, por los pobres, por los vulnerados, por los últimos? Nosotras somos también parte de este sistema que crea pobreza. Todas aquellas cosas que nos gustan, todas las comodidades, seguridades deberían desafiarnos a compartir y a vivir una vida de suficiencia. No nos dejemos hermanas contagiar por la indiferencia; dejemos que nuestro corazón experimente la compasión, el sufrimiento de los demás. Nuestro lugar no está ahí donde vivimos o donde trabajamos, nuestro lugar está donde amamos, donde testimoniamos, es decir, ‘cómo’ estamos. Nuestro principal compromiso consiste en manifestar el carisma que nos sedujo y nos identifica, el primer amor con que respondimos a la llamada, es este el carisma que debemos irradiar, comunicar. Recordemos que nuestro modo de vivir el carisma puede ser la mejor manera, en algunos casos la única, que tiene el mundo para leer el Evangelio.

Provincia “inter”, místico-profética… al servicio de la vida.

Debemos ser señal que apunta a la presencia de Dios que obra en la historia, es el tiempo de las presencias sencillas pero significativas, cálidas y comprometidas, es tiempo de la escucha paciente, empática y abierta a los jóvenes que tienen esperanzas inciertas, a los pobres que buscan oportunidades,  a las mujeres que reivindican su dignidad, a los indígenas que defienden sus territorios y sus culturas, a los afrodescendientes que reclaman libertad, a la naturaleza que lucha por vivir… porque en todos ellos la Iglesia sigue clamando con dolores de parto para dar a luz nueva vida. Nosotras, llamadas a tejer relaciones al servicio de la vida, no podemos menos que ser esas parteras que descubren quién y dónde va a irrumpir la vida y ayudar a que esto suceda.

¿No será que no hemos puesto la atención en lo más importante y por eso nuestro estilo de vida no fascina a las jóvenes que nos ven vivir? Cuando entran en nuestras casas, ¿qué encuentran en ellas?, ¿revelamos la mística de nuestra identidad o les enumeramos la cantidad de lugares, actividades que tenemos por el mundo? Me preocupa y mucho la escasez de vocaciones en este continente y me pregunto, y quisiera que esta Asamblea haga una reflexión seria, sobre los porqués de esta falta de respuesta o incluso de convocatoria. Analicemos bien, con honestidad, qué nos está pasando, dónde estamos acertando y dónde, por el contrario, estamos tomando un camino equivocado. Las jóvenes, hoy más que en otros tiempos, buscan verdadera espiritualidad, relación y compromiso y precisamente eso nos identifica como familia religiosa; eso sí, no les sirve cualquier experiencia.

Les sirven experiencias enraizadas en lo verdaderamente palautiano, experiencias donde la mística y la profecía nacen de nuestro ser Iglesia, reflejo de la Trinidad. Estamos llamadas a testimoniar en esta realidad que existimos como familia religiosa en función de la misión y que ésta tiene que ver únicamente con crear relaciones de comunión con Dios y con la humanidad, con nosotras mismas, con la creación, en una palabra, relaciones de comunión por todos lados; nuestra misión tiene un dinamismo vinculante en todas las direcciones.

Estamos llamadas a testimoniar con nuestro modo de relacionarnos que la diversidad de procedencias sociales, culturales, geográficas, generacionales,…son el espacio privilegiado de una comunión que se haga parábola y metáfora para un mundo partido en pedazos. Una provincia inter, es una provincia místico profética.

Os invito reiteradamente, mis queridas hermanas a escuchar los gritos de la humanidad donde Dios se está comunicando, que ningún clamor nos sea ajeno, pongámonos al lado de los que sufren para manifestarles que Dios no ha abandonado a sus criaturas.

 Entre todas construimos nuestra historia

Vivamos también la novedad de las formas de animación: vinculantes, subsidiarias, participativas, donde lo comunitario y no lo individual, sea lo atractivo. Seamos audaces y vislumbremos los horizontes de novedad desde las jóvenes y las ancianas, una novedad que depende en gran parte de nuestro encuentro con la realidad.

Es mucha la vida que cada una trae, rostros, experiencias, ilusiones, y junto a todo ello seguramente la difícil tarea de seguir siendo fieles al carisma palautiano. También nuestro fundador sintió la fragilidad personal y se sentía abrumado ante la exigente misión que tenía delante, pero decía con confianza “sé que cuando Dios me llama, no hay nada… que no lo supere” (cf. Cta. 54,1). La fuerza de Dios, la certeza de ser convocadas, de reconocernos vocacionadas, nos hace afirmar con humildad junto con S. Pablo, la gracia de Dios no se ha frustrado en nosotras (cf. 1Cor. 15,10).

Queridas hermanas, todo lo que he ido señalando no lo vivimos solas. En la realidad de este continente tenemos un gran recorrido de misión compartida, de misión vivida en reciprocidad de carismas, todos mirando en la misma dirección. Sigo alentando esta experiencia compartida con tantas personas que, junto a nosotras, viven comprometidas en este estilo de relaciones, imagen de la Trinidad. Juntos somos más, no sólo numéricamente hablando, sino cualitativamente evangelizando. Gracias por los esfuerzos que habéis hecho y que seguís haciendo por consolidar la misión compartida. Seguid dando pasos en corresponsabilidad, en visión conjunta, en compromiso común. La obra es de Dios y quiere contar con todos, hermanas y laicos que, sintiéndonos Iglesia, nos comprometemos por construirla no de cualquier modo sino con un marcado sello palautiano.

Muchas más cosas quisiera deciros, pero no deseo alargarme más, además no me cabe la menor duda de que, si son necesarias e importantes, el Espíritu se encargará de transmitirlo por otras vías, en otras personas, en la reflexión que vamos a tener durante estos días, y de otras formas insospechadas, porque así es la Ruah, totalmente imprevisible.

Abramos nuestro corazón a cuanto vaya sucediendo en este espacio sagrado. Posibilitemos el diálogo y el discernimiento entre todas para que sintamos, no con la mente sino con el corazón, que este caminar ha sido pensado y delineado entre quienes formamos parte de esta historia y no solamente por aquellas que han tomado parte más directa en este proceso hacia la unión, aportando sus ideas y experiencia. Esta historia, la que ahora comienza, requiere de los aportes de todas y del compromiso de todas.

Invocando la protección de Nuestra Señora de Guadalupe, auténtico icono de liberación, concluyo haciendo mía la oración del cardenal Eduardo Pironio:

Virgen de la Esperanza, Madre de los pobres,

Señora de los que peregrinan: óyenos.

Hoy te pedimos por América Latina,

el Continente que Tú visitas con los pies descalzos,

[…]

Señora de los que peregrinan:

Somos el Pueblo de Dios, en América Latina.

Somos la Iglesia que peregrina hacia la Pascua.

[…]

que caminemos juntos con todos los hombres

compartiendo sus angustias y esperanzas.

Nuestra Señora de América:

ilumina nuestra esperanza,

alivia nuestra pobreza,

peregrina con nosotros hacia el Padre.

 

Con el deseo de que el tejido de nuestras relaciones sea una nueva “tilma” (ayate) generadora de vida y vida en abundancia, declaro abierto el I Capítulo de la Provincia Virgen de Guadalupe de América.

María José Gay Miguel