Hoy la Palabra nos habla de algo muy difícil de vivir: el perdón

El perdonar muchísimas veces no fluye natural;  llegar a perdonar es un proceso que comienza con una decisión: querer perdonar,  decidirnos a perdonar. Cuando tomamos esa decisión comenzamos un camino donde hay esfuerzo,  oración, pequeños gestos que van preparando nuestro corazón para llegar al momento liberador en que nos damos cuenta  que el rencor se ha ido, las ganas e venganza desaparecieron, los resentimientos se esfumaron y somos más felices, tenemos más paz, somos libres.

En ese camino, un primer momento es reconocer que nosotros no somos perfectos, que a lo largo de nuestra vida se nos han perdonado muchos errores y muchas veces. ¡Cuántas  mentiras, violencias, infidelidades, egoísmos, competencias! ¡Cuántas faltas de  comprensión y acogida! ¡Cuántos juicios, calumnias, complicidades con el mal! ¡Cuántas faltas de amor!

También nos toca ir asumiendo que unas veces somos los dañados por las ofensas de los otros y necesitamos perdonar, pero otras veces somos nosotros los que hemos hecho daño y entonces  nos toca entonces pedir perdón. En este camino vamos y venimos, unas veces como víctimas inocentes y otras como protagonistas culpables, porque equivocarse, errar, hacer daño a otros es parte de nuestra fragilidad humana. (Mt 18,21-35)

Además en este camino  vamos descubriendo  que el rencor, los deseos de venganza y el resentimiento nos amargan la vida, nos quitan la alegría y la paz, nos impiden disfrutar de esta vida hermosa que se nos ha regalado; también comprendemos que  esos sentimientos  nada arreglan porque la mayoría de las veces el otro, “el o la culpable” de nuestro dolor, ni se enteran de lo que vivimos pues están muy ocupados en sus propias cosas. Sólo nosotros sufrimos, porque la falta de perdón es una gran y pesada cadena que nos impide volar.

Llega un momento en que queremos perdonar porque entendemos que la falta de perdón sólo nos hace daño, queremos…pero no podemos. Entonces llega el tiempo de pedir ayuda al Único que puede regalarnos el don del perdón: Dios.  Todas esas  lágrimas de rabia, de impotencia y  dolor que derramamos al no poder perdonar no deben bañar de amargura nuestra tierra interior sino llevarnos hacia el Señor en una súplica humilde y sincera: Mira Señor, quiero pero no puedo perdonar ¡Ayúdame a perdonar! ¡Enséñame a perdonar!

Reconozcamos nuestras faltas de perdón, pidamos a Dios su ayuda y gracia para poder perdonar y así vivir libres, felices y en paz. Pidámosle también que nos de la fe, la humildad, el amor y la misericordia para pedir perdón a aquellos a quienes hemos hecho daño, porque como decíamos antes “En este camino vamos y venimos, una veces como víctimas inocentes y otras como protagonistas culpables, porque equivocarse, errar, hacer daño a otros es parte de nuestra fragilidad humana”.

Que tengas un bendecido domingo.