DOMINGO 11

Hoy nos encontramos con un pasaje cargado de humanidad y amor misericordioso.

Vemos a una mujer, pecadora pública, que rompiendo todas las formalidades y los respetos humanos, se acerca a Jesús y, en el signo del perfume,  presenta toda su vida al Señor,  “derrama  su verdad” delante del Señor, y es como si en ese gesto le dijera : esta soy, mírame… aquí están mis dolores, mis pecados, mis errores, mis anhelos profundos, mis cansancio, quiero una vida distinta, y Tú puedes salvarme, sólo en Ti está  mi oportunidad de comenzar un camino nuevo, un camino de luz, de esperanza, de dignidad; he conocido muchos hombres que han hecho jirones mi vida, por eso hoy vengo  a tu no hieres, tu sanas y consuelas, porque por fin encuentro una salida a mi esclavitud.

Están también los testigos siempre listos a juzgar, a indicar con el dedo, a recordarle al Señor y a la sociedad la condición de esta mujer, a ubicarse por arriba del otro, desde “una supuesta” pureza de vida, una pureza vacía, dura como la roca, helada como el hielo, una supuesta pureza que lo único que hace es apartarlos de  relaciones humanizadas y humanizadoras, una supuesta pureza que separa a los buenos de los malos poniendo un abismo inmenso entre ellos.  ¡Qué equivocados!¡ Qué soberbia!

Pero está Jesús, que acoge, recibe, se deja amar; Jesús que mira el corazón de la mujer, que puede sentir ese amor intenso y profundo y esperanzado, ese amor qué sólo Él conoce, ese amor que pasa inadvertido a los demás; Jesús  ve cómo a sus pies no sólo se derrama la vida de la mujer, su sufrimiento, su soledad, sus pecados, sus fragilidades, sus humillaciones, todo el dolor que la vida que ha llevado le ha dado por pago, sino que también El ve su amor, su búsqueda, su sed de amor verdadero, de acercamientos puros y liberadores;  Jesús la “mira” como sólo Él sabe mirar…con una mirada que levanta, que redime, que consuela, que sana, que libera, que devuelve la dignidad, que transforma la vida, que convierte el corazón; Jesús la ve con ojos llenos de ternura, de perdón, de misericordia.

En este domingo de maravilloso amor,  llenos de confianza y esperanza, a tus pies Señor,

derramamos nuestro perfume  y lo hacemos convencidos

 que  puedes y quieres levantarnos de nuestros errores y fragilidades,

 esperando que tu amor transforme cada día más nuestras vidas a tu Evangelio

y sabiendo que siempre  nos   miras y acoges con ternura, amor y perdón.