La moda sí incomoda. Y mucho. Eso descubrió el documentalista Andrew Morgan una mañana en la que hojeaba The New York Times. La foto de la portada llamó su atención: dos niños de Bangladés que caminaban frente a un muro gigante cubierto de mensajes de reclamo por personas desaparecidas. El 24 de abril del 2013, el edificio de ocho pisos Rana Plaza, en las afueras de Daca, la capital, se derrumbó sobre los empleados de la fábrica textil que alojaba y que producía prendas para una treintena de marcas occidentales. Murieron alrededor de 1.100 personas y más de 2.000 resultaron heridas.

Desde ese momento, Morgan empezó a preguntarse de dónde venía su ropa y a interesarse por los perjuicios sociales, económicos, ambientales y psicológicos que provoca la moda, una industria que cada año genera más de 2,5 billones de dólares en utilidades. Su preocupación por el fenómeno conocido como ‘fast fashion’ quedó plasmada en el documental The True Cost (el verdadero costo), presentado a finales del mes pasado en el Festival de Cannes.

“Hoy estamos haciendo más ropa, consumiendo más, usando más recursos y pagando menos que en cualquier otra época. Al mismo tiempo, hay unos estragos ambientales insostenibles y un récord de accidentes laborales en factorías”, resume el director. De hecho, aunque la de Rana Plaza ha sido la más grave, no es una tragedia aislada. Los peores tres desastres de la industria de la moda sucedieron en el mismo año, y sus víctimas mortales superaron las 1.500. Paradójicamente, el año siguiente (2014) fue el más beneficioso de la historia para este sector.

En los 60, Estados Unidos producía el 95 por ciento de la ropa que consumía. Hoy, según las cifras reveladas en The True Cost, el 97 por ciento se encarga a países en desarrollo, como Bangladés, Camboya, Vietnam y Brasil.

Ninguna industria depende más de la mano de obra que la moda. Uno de cada seis trabajadores está relacionado de alguna manera con este sector, y se calcula que en el mundo hay unos 40 millones de obreros del textil, de los cuales el 85 por ciento son mujeres. Buena parte de estas personas son menores de edad, cobran 2 dólares al día, trabajan en condiciones peligrosas, son oprimidos, golpeados o hasta lisiados.

“La conversación sobre este tema ha sido largamente aplazada, pero por los testimonios que recogí me he dado cuenta de que cada vez hay más gente incómoda con un sistema que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Lo que se necesita hoy es un debate real sobre las alternativas, porque el sistema es contra natura y el planeta está pagando el precio”, opina el documentalista.

Una de esas personas que han tomado conciencia de la precariedad laboral y la inequidad ligadas a la moda de rápido consumo es la productora Livia Firth, esposa del actor británico Colin Firth –ganador del Óscar por El discurso del rey–, a quien conoció en Cartagena.

Cuando fui a Bangladés visité una fábrica textil y quedé en shock, porque las mujeres que confeccionaban mi ropa hacían 100 prendas por hora en un espacio con barrotes en las ventanas, de modo que no podían abandonar el edificio. La gente es explotada para producir ropa barata para nosotros. Es la esclavitud de la era moderna”, sintetiza la italiana (su apellido de soltera es Giuggioli), quien, como Lucy Siegle, columnista semanal de The Observer y experta en consumo responsable, ha respaldado el documental ‘The True Cost implicándose en su producción ejecutiva.

Livia, radicada en Londres, lanzó Eco-Age, una empresa que fomenta la moda sostenible. Hace dos años acuñó el sello Green Carpet Collection Brand Mark, que garantiza que las firmas que lo ostentan trabajan de manera responsable. Victoria Beckham, Stella McCartney, Erdem Moralioglu, Christopher Bailey, Chopard y Narciso Rodríguez, entre otros, ya cuentan con la certificación.

Según las pesquisas de ‘The True Cost’, la moda es la segunda industria más contaminante del mundo, por detrás de la del petróleo. A su aporte al efecto invernadero, el empleo de millones de litros de agua para teñir las prendas y las cantidades ingentes de basura derivada de su desecho se suma el uso de químicos y semillas transgénicas en el cultivo de algodón.

La pregunta es… ¿cómo nosotros colaboramos a cambiar esto? ¿Cómo yo como católico tomó decisiones evangélicas sobre este hecho. El director de ‘The True Cost’ lo explica:

“En las últimas dos décadas cedimos el control global a corporaciones multinacionales, y ahora vivimos las consecuencias. Las cosas no van a cambiar porque sus accionistas se despierten un día con la idea de hacer algo diferente, sino por la presión diaria de la gente. No podemos mirar hacia otro lado. Este documental ha sido un proyecto revelador y desgarrador, una experiencia que me ha mostrado que cada uno de nosotros, con sus decisiones, demuestra el tipo de mundo que quiere”.

(Fuente: www.eltiempo.com)