¿Qué es un laico?

El fundamento de toda vocación son los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Con ellos tres, la persona inicia un camino determinado por la opción fundamental de seguir a Jesucristo; queda incorporado a Cristo y es miembro de la Iglesia; participa, de este modo, en la triple función sacerdotal-profética-real de Cristo. El Espíritu infundirá, además, en los laicos sus dones, para que desempeñen con fidelidad la tarea que les ha sido encomendada en la Iglesia y en el mundo.

Para ser laico, por tanto, es necesario haber completado la iniciación cristiana y, a la vez, haber hecho una opción clara por vivir los valores del evangelio en medio de las realidades del mundo, desde la fuerza del Espíritu que nos regala constantemente sus dones. Los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son llamados y a la vez dotados para que produzcan los mejores frutos. El Espíritu les confiere los dones necesarios que se adecuan a las circunstancias personales que conforman sus vidas.

¿Cuál sería entonces esa misión del laico?

La misión se nos presenta evidente desde los distintos documentos de la Iglesia, muy especialmente a partir de la clarificación que surgió con el Concilio Vaticano II. Podríamos intentar una definición:

“Laico es aquel fiel cristiano que ha optado por seguir a Cristo desde sus ocupaciones y condiciones ordinarias de la vida familiar y social, ejerciendo su apostolado en medio del mundo a la manera de fermento”.

Los laicos, pues, están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo desde dentro. Es lo que se conoce con el concepto genérico de secularidad. Es propio del laico animar y ordenar las realidades temporales, para que se hagan continuamente según Cristo. Por ello si misión, como parte activa en la vida de la Iglesia, se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.

La vocación laical es tan importante que, sin ella, la Iglesia perdería su dimensión fundamental: el ser-para-el-mundo, el ser misionera. Dios envió al mundo a su único Hijo, para anunciar la salvación a todos. Y el Hijo envía constantemente a la Iglesia para que anuncie el Reino de Dios, instaurando ya los valores evangélicos en el mundo presente. Por ello, todas las vocaciones tienen una relación esencial con el mundo actual en el que viven.

Y, además, la vocación laical significa, con toda su fuerza, esa dimensión secular de la Iglesia: enviados al mundo para hacer de él, a imagen de Dios creados, un cielo y una tierra nuevos. Son también signo de Cristo, que tomó nuestra condición humana y se implicó totalmente en la vida de los hombres, en las realidades del mundo.

¿Cómo vive y qué hace un laico?

La vocación laical admite una gran amplitud de formas de vida: la soltería o el celibato; el matrimonio y la vida familiar; los diferentes oficios y profesiones; la consagración en institutos seculares que se dedican totalmente a ser instrumento de Dios en el mundo… Todas ellas se entienden sólo desde la perspectiva de su función vocacional: transformar el mundo presente según los designios amorosos de Dios. Como ves, el matrimonio o la profesión son una forma, entre muchas, de vivir tu vocación, de concretizar, según tus propias cualidades y necesidades, el llamado de Dios. En ese sentido podemos hablar de ellas análogamente como vocaciones.

Así pues, debemos desterrar la idea de que un “laico comprometido” es sólo aquel que está trabajando en la parroquia: da catequesis, proclama las lecturas en la liturgia… Es cierto que estos apostolados son también un deber de los laicos, pero no el único ni el fundamental. El ejercicio de las actividades políticas, sociales, culturales, económicas, artísticas, profesionales y familiares, es el campo donde el laico debe desempeñar su función. Serían, pues, actividades extra-eclesiales, de cara al mundo al que sirven u quieren trasformar. Incluso no podemos olvidar el papel importante que están llamados a realizar en las estructuras sociales, nacionales e internacionales, defendiendo la libertad, la justicia, la vida, la naturaleza… Todas ellas son de enorme importancia para la Iglesia, porque son un instrumento de primer orden para evangelizar, iluminando las realidades temporales a la luz de Cristo. Quien lleva a cabo esta tarea con coherencia y fidelidad, es un laico verdaderamente comprometido y está viviendo su vocación laical.

Además de esto, los laicos tienen también su puesto hacia el interior de la Iglesia, en la que pueden colaborar en diversos oficios y ministerios.